Yo también soy bruja. Nací en Alcantarilla, pueblo de brujas. Hija, nieta, madre y amiga de brujas. Lo escribo con orgullo al mismo tiempo que advierto que seguiré siendo una bruja inconformista.
Llamar ‘bruja’ una mujer no es noticia. La mayoría de nosotras hemos asumido que lo somos porque vosotros, los que pensáis como ese diputado de Vox, así nos lo habéis hecho creer durante siglos.
Llamar ‘bruja’ a una diputada socialista durante su defensa de una iniciativa para proteger a las mujeres que acuden a las clínicas para interrumpir un embarazo, ha sido noticia porque así lo habéis querido la mayoría de vosotros, los que pensáis que esa mujer, antes que diputada, merecía el calificativo por serlo y por defender en voz alta un pecado mortal.
Llamar ‘bruja’ a una diputada cuando está defendiendo un derecho recogido por la ley y que debería ejercerse, por tanto, con total libertad y protección en hospitales públicos y de la forma más digna, no es más que hacer alarde del machismo más cavernícola que nos grita desde el poder que le otorga un escaño en el gallinero del Congreso de los Diputados.
Llamar ‘bruja’ a una mujer y negarte, hasta en tres ocasiones, a retirar esa palabra te da poder. Lo sabes y por ello te reafirmas, por esas mismas tres veces, antes de ser expulsado. Pero aquí no acaba la historia. Decides no salir y te atrincheras, como si fueses un niño maleducado que, después de insultar a una compañera de clase, te escondes del profesor tras tus amigos más altos y fornidos, negándote, en este caso, a abandonar el hemiciclo y sabiendo, cómo no, que vas a ser apoyado por toda tu bancada. Esos que antes y, también ahora, serían los más macarras de cole.
Se suspende la sesión para reanudarse treinta minutos después y tú, hombretón orgulloso, decides, entonces sí, retirar esa palabra del diario de sesiones, pero no porque te arrepientas de haberla dicho, sino porque ya has hecho bastante el numerito y has conseguido dejar de ser el desconocido del gallinero durante unas horas y, nada más y nada menos, que por llamar bruja a una socialista. Enorme triunfo el tuyo que estoy segura que te va a permitir esa noche poder dormir a pierna suelta y en tu sueño subirte directo al cielo.
La palabra bruja quedó retirada del diario de sesiones, pero no se borrará de la memoria de ninguna de nosotras, el resto de brujas. No fue un insulto al azar. Somos brujas o locas. Según tengáis el día.
Fueron acusadas las que sobresalían, las que estudiaban, las que investigaban, las que curaban, las que se vestían, pensaban, amaban o se expresaban de manera distinta; aquellas que no se sometían a las órdenes que les imponían hombres que, aunque hiciesen exactamente lo mismo que ellas, no fueron nunca señalados, juzgados o quemados por brujos. Diferencias que, aún, hoy en día, siguen vigentes.
Yo también soy bruja. Nací en Alcantarilla, pueblo de brujas. Hija, nieta, madre y amiga de brujas. Lo escribo con orgullo al mismo tiempo que advierto que seguiré siendo una bruja inconformista que pensará, opinará y condenará todo aquello que vea injusto, como lo es el hecho de que en nuestra Región a las mujeres que deciden interrumpir su embarazo, incluso por causas médicas, se las esté tratando igual que a aquellas brujas de antaño, como a unas pecadoras y malvadas brujas pirujas.
Ya no nos queman, pero no hace falta prender una llama para hacernos sentir como cenizas. Son ustedes, aquellos inquisidores, los mismos que ahora nos insultan y juzgan sin piedad; los que nos expulsan de nuestros hospitales públicos; los que niegan las violencias que nos matan y agreden o los que se esconden, como cobardes, cuando tienen que responder o darnos la cara.
Os reconoceremos siempre, por algo somos brujas.
#SeguiremosGritando